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Familias ucranias refugiadas en España: relatos de un exilio improvisado

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La ucrania Halyna Rybachok, de 63 años, acoge en su piso de Madrid a su hija Olena Pisna y a sus nietos, de siete y 14 años.
La ucrania Halyna Rybachok, de 63 años, acoge en su piso de Madrid a su hija Olena Pisna y a sus nietos, de siete y 14 años.JUAN BARBOSA

El día que estalló la guerra, el pasado 24 de febrero, Cateryna Boikova, de 21 años, se hizo un test de embarazo en su casa de Dnipro, la cuarta ciudad más poblada de Ucrania. Positivo. La mejor noticia en el peor momento. Un mes y miles de kilómetros después estaba en Alicante con su marido y su perra, repensando un futuro que ya no puede planear.

Boikova es una de las 137.000 personas exiliadas por la guerra de Ucrania que se calcula que han llegado a España, de un total de casi cinco millones de refugiados. La mayoría son mujeres, muchas acompañadas de sus hijos. Viven en casas de compatriotas, parientes, familias españolas o en plazas hoteleras pagadas por el Estado, principalmente en Madrid, Alicante y Barcelona. Más de 56.000 ya han obtenido la protección temporal que les permite vivir y trabajar en España, aunque el empleo aún es un reto lejano para buena parte de ellos. El relato de cinco de estos refugiados revela sus preocupaciones, los obstáculos y la solidaridad que han encontrado y los desafíos del Estado para atenderlos.

Denis Boikov junto a su mujer Cateryna Boikova y su perra 'Vasi' en la casa de la familia alicantina que les acoge.
Denis Boikov junto a su mujer Cateryna Boikova y su perra ‘Vasi’ en la casa de la familia alicantina que les acoge.JOAQUIN DE HARO RODRIGUEZ

Un soldado lejos del frente

El marido de Cateryna Boikova se llama Denis Boikov y es un soldado de 26 años que se habría ido al frente sin dudarlo. No le dejaron. Lleva fuera del Ejército desde 2018, cuando un disparo contra su arma hizo estallar la mira y le reventó el ojo. Lisiado para el combate, era el blanco preferido de las tropas enemigas. “Nos llegaba información de que los rusos buscaban a antiguos militares para violar a sus mujeres y matarlos”, asegura.

Casi tres semanas después de la primera bomba, la pareja y su perrita Vasi se embarcaron en un viaje con paradas en Polonia, Alemania y Francia hasta acabar, fruto del azar, en la estación de tren de Alicante. Solos. La primera noche en España, la del 23 de marzo, la pasaron en un albergue para personas sin hogar envueltos en dos sacos de dormir de color azul brillante. Al día siguiente pidieron acogida en Cruz Roja, pero la perra debía irse a una protectora. “No podíamos dejarla. Vasi es mi terapia desde que perdí la visión”, cuenta el soldado.

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Su destino se cruzó con el de Mykola Palyukh, un obrero ucranio que vive en Alicante desde hace 20 años. El hombre, siempre con las manos salpicadas de pintura, se ha volcado con sus compatriotas: recoge comida y ropa, los recibe en su casa y entre sus clientes encontró varias familias españolas dispuestas a acoger. La pareja acabó en casa del ingeniero Miguel Balaguer y la diseñadora gráfica Andrea Lavagna y sus dos hijos de dos y cinco años.

En la nevera del nuevo hogar de la pareja hay una ecografía colgando de un imán, pero en ella no se ve nada. La joven perdió a su bebé tras semanas de viajes, cambios y angustia por el destino de su familia. “Los doctores dicen que puedo tener niños, pero necesitamos estabilidad”, explica ella. “Aún no ha conseguido asimilar todo”, dice Balaguer.

El ingeniero, una muestra del esfuerzo que supone acoger a los refugiados, más allá de darles techo y comida, ha tenido que pedir días de asuntos propios para hacer todos los trámites que necesitan sus invitados. Algunos sin éxito. Esperaba que el Gobierno facilitase algún apoyo económico a los desplazados acogidos en familias, pero las ayudas (de manutención o para el alquiler), de momento, son solo para los refugiados que dependen de la acogida estatal. Su Ayuntamiento tampoco tiene ayudas específicas para su caso. “Ellos están muy preocupados porque no quieren ser una carga y son muy conscientes del esfuerzo que estamos haciendo”, explica Balaguer. “Quizá el sistema se podría mejorar un poco. Yo no quiero ese dinero para mí, pero una parte de lo que gastaría el Gobierno en tenerlos en un centro de acogida y darles de comer, podría servir para que empiecen a organizarse a los que han preferido vivir con una familia”, reflexiona.

Halyna Rybachok junto a su hija Olena y sus nietos.
Halyna Rybachok junto a su hija Olena y sus nietos.JUAN BARBOSA

La abuela al rescate

La casa de Halyna Rybachok, en el distrito madrileño de Villaverde, huele a comida de la abuela. La mesa, cubierta con un hule y salvamanteles de los que se compraban en las tiendas de todo a 100, está dispuesta con el café de media tarde. Se escucha el tica tac de un reloj en una pared de gotelé. Esta ucrania de 63 años vino a Madrid en 2016, tras perder a uno de sus hijos y, desde entonces, limpia casas por unos 500 euros al mes. “Yo estaba mal, lloraba, no quería hacer nada y mi hermana, que ya estaba aquí, me dijo que viniese para cambiar un poquito de vida”, recuerda en el pequeño salón de la vivienda, que comparte con un señor enfermo de cáncer. Su alquiler cuesta 150 euros al mes, un precio asequible, a cambio, eso sí, de ocuparse de las comidas y las tareas del hogar.

Con la explosión de las primeras bombas, su hija, Olena Pisna, y sus dos nietos, una niña de 14 años y un niño de siete, pasaron a vivir en el trastero de su casa de Rivne, cuyo aeropuerto fue bombardeado por las tropas rusas. La niña llora al recordar esos días y arrastra al llanto a la madre y a la abuela. “Me despertaba todo el rato con los ruidos de los bombarderos y las sirenas, tenía miedo de que viniese alguien y nos matase”, explica. “Cuando empezó esta guerra ellos estaban allí y yo estaba aquí como loca”, cuenta Rybachock. La señora no se lo pensó mucho. Les dijo que salieran de allí corriendo, se montó en el coche de un amigo búlgaro y se hizo más de 3.000 kilómetros sin dormir hasta la frontera polaca. Los recogió con lo puesto, resfriados, con mucha tos y llenos de mocos, recuerda. El padre se quedó a defender la ciudad.

Ellos tres fueron de los primeros refugiados en obtener la protección temporal en España. Juan José de Paz, uno de los empleadores de la abuela, se apresuró tanto a ayudarles que los llevó al centro de derivación de Pozuelo de Alarcón incluso antes de que lo abrieran. Los niños ya van al cole (la profesora ha elogiado la buena actitud del más pequeño en sus primeras notas) y acuden a una parroquia que les ofrece clases de español todas las tardes, pero está siendo un aterrizaje difícil.

Rybachok no se plantea que vivan en un centro de acogida —”mejor aquí, que los veo y los ayudo”, sentencia—, pero ahora la pequeña casa está más llena y el sueldo de la abuela no puede estirarse más. La señora tiene dolores en una pierna y ha empezado a tomar calmantes. Pisna, de 41 años, que hacía manicuras en Ucrania, tiene una minusvalía por un accidente de coche y eso limita sus opciones laborales. No ve fácil encontrar trabajo. “Estoy preocupada por mí y también por mi madre”, lamenta.

Algunos trámites también se les están haciendo cuesta arriba: desde certificar la minusvalía a pedir una ayuda para el alquiler o solicitar un apoyo económico para comprar comida o ropa. Las ayudas del Estado, de momento, son solo para los desplazados que están dentro del sistema de acogida y tampoco han logrado apoyo del Ayuntamiento o de la Comunidad de Madrid, más allá de una tarjeta de transporte. De Paz, ya jubilado, ha hecho una inmersión estas semanas en la Administración. “Me ha sorprendido para bien porque hay gente muy dispuesta, pero parece mentira que después de casi dos meses todavía sea tan difícil averiguar las cosas”. Sigue de ventanilla en ventanilla y de teléfono en teléfono.

La periodista ucrania Oksana Lytvyn, de 31 años, en Madrid.
La periodista ucrania Oksana Lytvyn, de 31 años, en Madrid.Víctor Sainz

La periodista y los aviones

A más de 3.000 kilómetros de su piso en Kiev, Oksana Lytvyn, de 31 años, se asoma a la ventana de su nueva habitación y el horizonte le devuelve la misma imagen que allí: aviones despegando y cruzando el cielo hacia su próximo destino. Periodista y editora en una revista de viajes, el aeropuerto de la capital ucrania no era solo un elemento en el paisaje, era el centro de su vida. Con el inicio de la ofensiva rusa, sin embargo, el sonido de los aviones se convirtió en una señal de alerta, y tardó un mes en conseguir librarse del miedo. “Quiero ver los aviones y tener esa alegría por la gente que viaja en ellos, que es lo que pensaba entonces”, reflexiona en los alrededores del hotel para refugiados, cerca del aeropuerto, que la acoge en Madrid: “El miedo va pasando. Ahora ya no me recuerda a la guerra, me recuerda más a mi casa”.

Salió del país al tercer día de conflicto con una conocida de sus padres, pero se separaron al poco de cruzar la frontera y desde entonces ha viajado sola. “Tuve que decidir en media hora y pensé, ¿qué pierdo? Ya lo estaba perdiendo todo. Nadie sabía lo que iba a pasar y todavía no sé si tengo futuro en Ucrania”, relata. Su voz no desprende tristeza sino resolución. Además de ropa, en su maleta no faltaron sus cuadernos de notas: “Son una parte de mí”.

Cruzó cinco países hasta llegar a España, que siempre fue su destino final y donde ya había estado varias veces. “Hay algo en el alma que no puedes explicar por qué te pasa, pero te encanta, como con una persona. Eso me pasa con el español”, afirma en un castellano casi perfecto. Empezó a ver series argentinas cuando era adolescente, como Rebelde Way, y no se ha vuelto a separar del idioma. “Ahora soy fan de Álex Pina”, bromea sobre el creador de La casa de papel.

Aunque echa de menos la certeza de saber cómo era su vida, se ha volcado en recomenzarla y ya ha hecho sus primeros amigos, tanto españoles como ucranios afincados en España. “Soy una persona que siempre va hacia delante. No quiero esperar a que termine la guerra, quiero hacer algo”, dice convencida. Por lo menos quiere quedarse un año, y cada día revisa las ofertas de trabajo, aunque todavía evita salir del hotel si no es por necesidad: “Es difícil darme permiso a mí misma para continuar con mi vida o reírme”. Aun así, se aferra a la esperanza que encuentra en las pequeñas cosas. Después de varios días saltándose la parada del autobús, se dio cuenta de que debía pulsar el botón para solicitarlo, y ya no pierde una. “Al menos en eso, ya me siento española”, asegura, y, esta vez, sí se ríe.

Olga Goncharenko, de 38 años, viajó con su hija, su madre y su bandura.
Olga Goncharenko, de 38 años, viajó con su hija, su madre y su bandura.JOAQUIN DE HARO RODRIGUEZ

A cuestas con la bandura

El 25 de febrero, Olga Goncharenko, de 38 años, tenía un concierto en Kiev que nunca se celebró. Un día antes, cuando la base militar cercana a su casa saltó por los aires, agarró a su hija de 12 años y a su madre de 68 y se marchó a toda prisa. No quiso esperar ni un día para ver cómo se desarrollaba aquella guerra. Se fueron con una maleta y su bandura, un instrumento ucranio de más de 20 cuerdas y 16 kilos. “Dejaría antes la ropa que mi instrumento. Es mi vida”, afirma. Su marido, también músico, se quedó en Lviv. Da conciertos para los desplazados y ayuda a proteger la ciudad.

Goncharenko también recaló en Alicante por casualidad, no conocía a nadie. “Pasamos tanto frío en Polonia que yo solo quería un lugar cálido”, se ríe. Toca un poco en el hall del hotel donde está acogida por la Cruz Roja y embelesa a quien la escucha. Está agradecida, pero también cansada. “Las condiciones están bien, pero mi cabeza no descansa, necesitamos estabilidad”, ruega. “No tenemos un plan concreto. Nos dicen que nos pueden mandar a cualquier otra ciudad en cualquier momento, pero llevamos un mes y medio ya así”, lamenta.

En ese mes y medio han vivido en dos hoteles, a la espera de que le asignen una ciudad, un lugar, donde instalarse. Por eso su hija, y las de otros compatriotas del mismo hotel, aún no están en el colegio. De hecho, ya les han llamado la atención para que no dejen solos a los críos: “Es muy complicado para ellos”, explica, porque se pasan el día sin hacer nada, buscando con qué entretenerse”.

La mujer tiene una mirada profunda, seria, aunque luego se fuma un cigarro y sonríe, se relaja por primera vez durante la entrevista. Su madre, algo más leve y sonriente, se cruza con ella en la entrada del hotel.

— ¿Y tu hija?

— Mi hija me pide un psicólogo.

Viktoriia Apalat y su hija Sofiia Ivaniuk, acogidas en Madrid.
Viktoriia Apalat y su hija Sofiia Ivaniuk, acogidas en Madrid.INMA FLORES (EL PAIS)

Huida con los taxistas solidarios

Viktoriia Apalat se despertó con el temblor del primer bombardeo y fue corriendo a la ventana, a tiempo de ver cómo caía el segundo. Era la madrugada del 24 de febrero y dormía junto a su marido, su hija y su gato en su casa de Lozova, en la región ucrania de Járkov. Para no asustar a su pequeña Sofiia, de 10 años, se empezó a vestir con calma y a coger la documentación. En pleno 2022, los edificios de esta ciudad tranquila ya no estaban preparados para una guerra. Su piso no tenía refugio. Tras varias semanas en la bodega de la abuela, el 14 de marzo su marido decidió que madre e hija debían salir del país para salvarse. Al día siguiente, ella, de 38 años, su hermana y otras dos amigas, se subieron a un tren con sus cuatro hijos destino a Lviv.

“Estoy agotada y vacía por dentro’’, resume Apalat con lágrimas en los ojos. No sabe en qué día vive desde aquella madrugada. Hacía un año que habían comprado su propio piso, tenía un buen coche y un trabajo de técnica de manicura que le encantaba. Atrás quedaron su mascota, su marido y su madre, enferma de cáncer desde 2005 y con seis operaciones a sus espaldas: “Estamos muy unidas. Luchamos tantos años por su vida, y ahora, además de preocuparnos por su salud, tenemos que preocuparnos de si sobrevivirá a la guerra”.

Las trajo a España una caravana de coches de la Asociación de taxistas y bomberos de Vitoria. En Madrid las esperaba la cuñada de una de ellas. “Las primeras noches las vivimos como un sueño del que queríamos despertarnos”, rememora desde el hotel de Parla (Madrid) en el que se alojan ahora, después de pelear para que no separaran a esta familia con cuatro mujeres al frente.

Intentan que su día a día sea lo más normal posible, pero no se despegan de sus teléfonos. Los niños juegan y asisten en línea a las clases que imparten sus colegios en Ucrania, con sesiones telemáticas desde que llegó la pandemia. Ellas pasean, leen las noticias y, sobre todo, intentan no desesperarse. Hace unos días, se enteraron del sexo del bebé que espera una de ellas. Es un niño. “No tendríamos que vivir estas noticias y celebrarlas sin nuestros maridos, pero lo hacemos por alegrar a los pequeños”, comenta. Sofiia revolotea sonriente por la habitación con un llavero en forma de gatito que le recuerda a Khloya, su mascota. El domingo pasado asistieron a la manifestación en apoyo a Ucrania y después se quedaron a ver las procesiones de Semana Santa. Les encantó, pero su cabeza estaba en otro lugar: “En cuanto acabe la guerra, quiero volver a Lozova, aunque la ciudad esté destruida”.

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El PSC se encomienda a Pedro Sánchez para el asalto a la alcaldía de Barcelona

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El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, junto a Jaume Collboni, candidato a la alcaldía de Barcelona, el pasado día 10 de marzo.
El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, junto a Jaume Collboni, candidato a la alcaldía de Barcelona, el pasado día 10 de marzo.Ceci Fimia/PSC (EFE)

La política catalana esquiva la previsibilidad. La acción de gobierno de la Generalitat se ha empantanado por la falta de apoyos de Esquerra, muy aislada por las disputas fratricidas con Junts y la CUP; y Pere Aragonès no encuentra la estabilidad tras lograr que el PSC le aprobara los Presupuestos. Salvador Illa busca jugar esa baza para que los socialistas sigan arañando espacio al independentismo. “Responsabilidad”, esgrime de manera recurrente el jefe de la oposición. En el mapa de Illa, el camino hacia la Generalitat pasa por los ayuntamientos, y el PSC tratará de exprimir la imagen de Pedro Sánchez para el empujón en las municipales de mayo. “Lo que cuenta es el candidato, pero Pedro Sánchez le da peso a la marca”, indican desde el PSC.

La gira catalana del presidente del Gobierno arranca este domingo, con un acto en L’Hospitalet de Llobregat para dar apoyo a la candidata Núria Marín, que lleva 15 años gobernando. Sánchez comparecerá al lado de Salvador Illa. Junto a ellos estará Jaume Collboni, el candidato por Barcelona. Los socialistas no esconden que la capital catalana es una prioridad. “La apuesta es Barcelona, es la madre del cordero”, subraya una fuente cercana a la dirección del PSC. Collboni tiene la misión de revertir la tendencia que se inició en 2011, cuando Jordi Hereu sucumbió ante la Convergència de Xavier Trias. “Contar con el secretario general del partido suma”, valoran desde el PSC.

Pedro Sánchez ha puesto a Barcelona como objetivo prioritario de las elecciones municipales. De hecho, la posibilidad que se maneja es cerrar allí la campaña del 28-M, como ya se hizo en las elecciones generales de noviembre de 2019. La apertura sería en Sevilla, la principal urbe con un alcalde del PSOE.

Una táctica parecida tratan de jugar los comunes. La actual alcaldesa, Ada Colau (Barcelona En Comú), buscará sacar partido de su buena relación con la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y Economía Social, para reforzar su imagen y revalidar su mandato. Díaz es la política mejor valorada por los ciudadanos, según las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Díaz roza el aprobado con un 4,89 sobre 10, y tras ella se encuentra el líder del Ejecutivo, Pedro Sánchez, que obtiene un 4,41.

Sánchez no tiene concretada la agenda que seguirá en la campaña de las municipales, pero el PSC avanza que la visita de este domingo a L’Hospitalet no será un hecho puntual. El cinturón metropolitano de Barcelona, tradicional granero de votos para el socialismo, es una zona marcada en rojo a la hora de planificar las visitas de las figuras del partido con más tirón entre la militancia y los simpatizantes. “Aspiramos a ser la primera fuerza progresista y capitalizar la alcaldía de Barcelona también con el voto transversal”, explican fuentes de la dirección federal del PSOE.

El PSC pone de relieve que el escenario catalán ha dado un vuelco. Las soflamas independentistas han bajado de tono y los discursos más excitados pierden adeptos. Esta semana, en apenas 48 horas, el Govern tuvo que lidiar con el barullo provocado por el regreso a Cataluña de la exconsejera huida Clara Ponsatí y con la sentencia que condena a Laura Borràs por un caso de corrupción. La movilización popular en ambos casos fue discreta, pero la cascada de reacciones ha puesto a Esquerra en el centro de la diana, justo en un momento en que el Govern necesita aliados para desplegar un plan de recorte del consumo de agua ante la peor sequía en más de un siglo.

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El mosaico político se ha abierto a nuevos encajes y todos los partidos catalanes coinciden en que se verán alianzas impensables hace unos meses. “El PSC no está comprometido con el fin de la represión”, manifestó en octubre Oriol Junqueras, presidente de Esquerra. Sin embargo, su partido ha terminado abrazando al PSC para desbloquear los presupuestos y se encomienda a los escaños socialistas para aprobar medidas en el Parlament. Junts también admite que tendrá que explorar pactos con el PSC después de las municipales. El más vehemente es Xavier Trias, candidato de la derecha independentista por Barcelona, quien no esconde la buena sintonía con Jaume Collboni. En ese escenario, se disipan las dudas acerca del rédito que dan las visitas a Cataluña de cargos de peso de la política española.

“Nos hemos convertido en la opción preferente de izquierdas, progresista y posibilista que puede atraer a votantes de ERC que antepongan las políticas sociales y económicas en la pandemia y por la guerra de Ucrania antes que la ideología independentista, así como de centro moderado que valoren la estabilidad, la gestión y la solución al procés”, añaden en la sala de máquinas de la campaña electoral de Ferraz.

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España

El secreto de Estado no podrá servir para tapar violaciones de los derechos humanos

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El secreto no podrá servir para tapar crímenes de Estado como fueron en su día las torturas a detenidos o la guerra sucia contra ETA. “La información relativa a graves violaciones de derechos humanos no podrá ser objeto de clasificación”, asegura la nueva versión de la ley de Información Clasificada, que debe sustituir a la todavía vigente ley franquista de Secretos Oficiales de 1968. A la hora de sacar a la luz secretos anteriores a la entrada en vigor de la futura ley, asegura el texto, en alusión a los documentos clasificados del franquismo o la transición, “se priorizará la desclasificación de información que pudiera afectar a graves violaciones de derechos humanos”.

El nuevo anteproyecto, al que ha tenido acceso EL PAÍS, sustituye al aprobado en primera vuelta por el Consejo de Ministros el pasado 1 de agosto e incorpora algunas de las objeciones y sugerencias que han formulado los órganos consultivos del Estado; el último de ellos, el Consejo General del Poder Judicial, que aprobó el pasado jueves su informe. Concluida la tramitación interna, el Gobierno podría remitir ya el texto al Congreso y aún sería posible, por trámite de urgencia, sacarlo antes de que acabe la legislatura. El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, responsable de la iniciativa, no tira la toalla, aunque otras fuentes gubernamentales alegan que no hay mayoría para aprobarla y que el Ejecutivo tiene otras prioridades.

La principal novedad del nuevo anteproyecto es que restringe drásticamente el ámbito de la información que puede ser clasificada y sustraída al conocimiento público, limitándola estrictamente a aquella cuya revelación suponga una amenaza o perjuicio para “la seguridad y la defensa nacional” y no para “los intereses de España”, un término mucho más genérico y ambiguo utilizado en el proyecto original. En consecuencia, ya no se podrá clasificar como confidencial información relativa al “efectivo desarrollo de las políticas del Estado”, el “funcionamiento de los servicios públicos”, las “negociaciones políticas o comerciales de España con otros Estados” o la “prevención, detección o investigación de delitos”. Eso no significa que estas informaciones sean públicas, pero no estarán protegidas por una legislación que incluye fuertes sanciones, incluso penales, para quien la incumpla.

Frente a la concepción expansiva del secreto en el texto anterior, el nuevo impone una visión restrictiva, al considerar que “la clasificación de la información tendrá carácter excepcional y deberá estar debidamente motivada, en atención a los principios de idoneidad, necesidad y proporcionalidad”.

Esta es la cara positiva del nuevo anteproyecto, pero también tienen una negativa, pues elimina la posibilidad de que periodistas, historiadores o asociaciones puedan recurrir a los tribunales la decisión de ocultar información al público. Una de las vías que abre la ley es la posibilidad de impugnar ante la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Supremo la decisión de clasificar, reclasificar o desclasificar una materia. En la anterior versión se atribuía la potestad de interponer recurso contra la decisión del Gobierno a “cualquier persona directamente afectada” por la misma, pero también a quien “acredite un derecho o interés legítimo”. En el nuevo texto se excluye a este segundo grupo; del que forman parte los informadores.

Estas son las principales novedades del nuevo anteproyecto respecto al ya conocido:

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Solo el Gobierno y los ministros. La capacidad para clasificar una información se limita al Consejo de Ministros (“alto secreto” y “secreto”) y al presidente, vicepresidentes y ministros (“confidencial” y “restringido”). La lista de altos cargos a los que el anterior anteproyecto atribuía la competencia de clasificar como “confidencial” o “restringido” (directora del CNI, jefe del Estado Mayor de la Defensa y los ejércitos, embajadores, directores de la Policía y la Guardia Civil, etc) ya solo podrán “elevar propuestas de clasificación”, igual que los responsables autonómicos de los cuerpos policiales y las prisiones. Estas competencias no se podrán delegar, como antes.

Derechos Humanos. No se podrá clasificar la “información relativa a graves violaciones de derechos humanos”, ni la que haya sido utilizada para “perseguir violaciones de derechos humanos o crímenes contra la humanidad por alguna institución nacional o internacional”. De manera confusa, el texto dice que “no se deberá destruir” –es decir, podrá destruirse— material vinculado a investigaciones judiciales o fiscales en curso; mientras que “no podrá ser destruida” la documentación que sea esencial para “prevenir, investigar, enjuiciar y sancionar cualquier conducta ilícita”.

Motivación y proporcionalidad. La clasificación de información se hará mediante una diligencia “motivada, que incluirá una justificación específica de la necesidad y proporcionalidad”. Hay que justificar por escrito cómo y en qué medida la revelación de una información puede comprometer la seguridad y defensa nacional.

Plazos de desclasificación. El nuevo texto recorta ligeramente los plazos de desclasificación automática de documentos: los “altos secretos” pasan de 50 años a 45 (se mantiene la prórroga de 15) y los “secretos” de 40 a 35 (sigue la prórroga de diez). También se reduce de 10 a nueve años el máximo de los “confidenciales” y de seis a cinco los “restringidos”. Se permite, como en el anterior texto, clasificar de nuevo un documento “motivadamente y de forma excepcional” tras haber agotado el plazo máximo; lo que abre la puerta a que haya secretos sine die.

Petición de desclasificación. Las “personas físicas o jurídicas directamente afectadas”, y solo ellas, pueden solicitar la desclasificación de una información antes de que se agoten estos plazos. La autoridad competente tendrá seis meses para responder, pero, si no lo hace, se aplica el silencio negativo.

Multas para la prensa. Uno de los puntos más controvertidos, la imposición de duras sanciones a los medios de comunicación que publiquen información secreta, se mantiene. “La difusión, por cualquier medio, de información clasificada a la que se haya tenido acceso fortuito”, fuera de los cauces legales, será castigada. Solo se suaviza ligeramente el importe de las multas: la publicación de un “alto secreto” o un “secreto” se castiga con hasta 2,5 millones de euros (antes eran tres millones); y la difusión de información “confidencial” con hasta 800.000 euros (antes un millón). Se mantiene la multa de 50.000 euros para la información de carácter “restringido”. El Gobierno asegura que los periodistas están protegidos por el derecho constitucional a la información, pero no ha querido excluirlos del cuadro de sanciones, como han reclamado las principales asociaciones de la prensa.

Papeles del franquismo y la transición. Los documentos clasificados antes de la entrada en vigor de la ley no se desclasificarán automáticamente, ni siquiera al cumplir los plazos máximos, pero sí de oficio y a petición de parte. En este caso, sí se reconoce el papel de investigadores y periodistas, pues la solicitud de desclasificación podrá presentarla “toda persona física o jurídica directamente afectada o que pueda justificar un interés profesional”. El plazo para responder será de seis meses. Si no hay respuesta, se entenderá que la petición ha sido denegada; y se podrá recurrir al Supremo.

Moratoria de un año. El Gobierno no tiene ninguna prisa en aplicar la ley. Si la versión inicial daba un plazo de seis meses, tras la publicación en el BOE, para su entrada en vigor, el nuevo texto alarga la vacatio legis a un año entero.

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Podemos y Sumar asumen que no habrá acuerdo antes del lanzamiento de la candidatura de Yolanda Díaz

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Quedan tan solo 24 horas para el lanzamiento de la candidatura de Yolanda Díaz a la presidencia del Gobierno y si nada cambia a lo largo del sábado, Podemos se quedará solo fuera de la foto. Las conversaciones se han intensificado en las últimas dos semanas para dar una salida a la crisis y evitar una imagen de ruptura, pero ambas partes asumen que el acuerdo no llegará antes de la presentación en Madrid mañana domingo. Aunque durante los últimos días se ha registrado un goteo de altos cargos y cuadros medios de la formación de Ione Belarra que trasmiten su apoyo a la vicepresidenta, la decisión implica que ni la secretaria general ni nadie del núcleo duro de su ejecutiva acompañará a Díaz el domingo. Podemos, aislado ante más de una docena de organizaciones de la izquierda estatal, autonómica y europea que sí respaldarán a la titular de Trabajo, reconoce ya su temor ante posibles efectos electorales el próximo 28 de mayo.

Las tensiones internas afloran y algunas direcciones territoriales han evitado confirmar quiénes serán sus representantes mañana. La vicepresidenta tercera del Congreso, Gloria Elizo, muy crítica con la dirección desde hace años, reprochó el jueves en el Congreso que sus dirigentes no tuvieran “la capacidad política, moral, incluso personal de acompañar a una persona que ha sido compañera” durante ocho años. Este sábado se prevé que Belarra lance un último mensaje para reforzar su posición en la apertura de la reunión del Consejo Ciudadano Estatal, el máximo órgano de dirección de Podemos, aunque el partido guarda con celo su contenido. En público, la secretaria de Organización, Lilith Verstrynge, insistía el viernes en que la decisión sobre acudir el domingo “está en manos” de Díaz y repetía su condición de firmar “una propuesta de mínimos” que incluya la organización de primarias abiertas para poder darle su respaldo. El problema, insisten en el equipo de la vicepresidenta, no son esas primarias, sino la definición del proceso, que, según estas fuentes, debe hacerse en una negociación posterior con otros partidos. El debate de fondo, en realidad, tiene que ver con el poder de cada organización en el futuro proyecto. Es decir, capacidad de decisión, puestos y recursos económicos.

Podemos, mientras, hace control de daños. La organización sostiene que Díaz y el resto de fuerzas llamadas a formar parte de Sumar (Izquierda Unida, Más País, Más Madrid, Compromís, Alianza Verde, Equo o La Chunta Aragonesista) están tratando de arrinconarla. En su opinión, la negativa a firmar un pacto hasta después de las autonómicas y municipales del 28 de mayo, donde el panorama es complejo, únicamente busca debilitar a la formación. “Tiene un plan y lo va a ejecutar”, afirma sobre la vicepresidenta una fuente del partido. “Las consecuencias van a ser graves, porque pensando en cómo minimizarnos se va a cargar los gobiernos autonómicos que ahora tenemos”, acusa en referencia a los seis ejecutivos de los que Podemos forma parte junto al PSOE y otras fuerzas desde 2019: Aragón, Navarra, La Rioja, Comunidad Valenciana, Baleares y Canarias. El miedo a unos resultados a la baja, unido al apoyo explícito de algunos cargos a la vicepresidenta, incrementa el malestar en la organización. Desde el pasado fin de semana no ha habido avances en las negociaciones. Podemos niega contactos desde el lunes, aunque el equipo de Sumar asegura haber hecho algún último intento el jueves, pero sin éxito.

El “capital político” de IU al “servicio” de Sumar

Como contrapunto a Podemos, el líder de Izquierda Unida y ministro de Consumo, Alberto Garzón, va a defender este sábado ante la Coordinadora Federal de IU su apuesta por Sumar. En el borrador del informe político que tiene previsto presentar ante el órgano de dirección del partido y al que ha tenido acceso EL PAÍS, Garzón pone su capital político como “la organización municipalista de la izquierda” al “servicio” de Sumar. “El papel de nuestra organización será fundamental para que sea un proyecto exitoso y políticamente sólido”, argumenta. En la anterior reunión de la coordinadora, en enero, el ministro de Consumo propuso la creación de una mesa de partidos y primarias “proporcionales, con censo específico y por circunscripciones” para decidir las candidaturas. El texto deja también un mensaje a sus compañeros de coalición: “Ante un proceso de apertura y renovación, la primera tentación de las organizaciones inmersas suele ser el repliegue defensivo e identitario. Es comprensible, pero en Izquierda Unida optamos por encararlo como una oportunidad y no como una amenaza”, defiende. “Es una oportunidad para la clase trabajadora y los sectores populares, para el bloque de la izquierda y paras las organizaciones que lo conformamos. Estar a la altura del momento histórico pasa por ensanchar esa oportunidad”, advierte el líder de IU.

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Garzón será uno de los dirigentes que acompañe a Díaz en la puesta de largo de su proyecto mañana domingo. Junto a él, el titular de Universidades, Joan Subirats; la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; los líderes de Más Madrid y Más País, Mónica García e Íñigo Errejón; el regidor valenciano, Joan Ribó (Compromís), y representantes de Alianza Verde (su líder, Juan López de Uralde), Equo, Chunta Aragonesista, Batzarre, Proyecto Drago, Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía o Iniciativa del Pueblo Andaluz.

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